sábado, 24 de julio de 2010

Las estrellas.

“Si me está negado el amor, ¿por qué, entonces, amanece;
por qué susurra el viento del sur entre las hojas recién nacidas?
Si me está negado el amor, ¿por qué, entonces,
la medianoche entristece con nostálgico silencio a las estrellas?
¿Y por qué este necio corazón continúa,
esperanzado y loco, acechando el mar infinito?

Rabindranath Tagore

Hace unos días al conversar con un amigo éste se quejaba de su estado melancólico y su poco entusiasmo por las actividades cotidianas, un sentimiento muy conocido por muchos de nosotros, sin duda, síntoma inequívoco e inicial de la depresión. Pero, ¿no todos nos hemos sentido así alguna vez? ¿Esto significa que todos tenemos depresión? La respuesta es sí y no… me explico.
Si bien es cierto que en determinados momentos de la vida, todos atravesamos por periodos de crisis que pueden manifestarse en trastornos de ansiedad o en ciclos depresivos, esto no es lo mismo que padecer una enfermedad como la depresión, de una forma clínica o recurrente, pues ésta tiene sus propios y característicos síntomas.
Las variaciones radicales en nuestra vida pueden desencadenar este tipo de alteraciones, sin que, necesariamente, lleguen a prolongarse, por ejemplo un divorcio, propio o de un ser querido o cercano, un cambio o la pérdida de trabajo, el cambio de residencia, la muerte de un ser querido, sucesos traumáticos como estos son detonadores naturales de estados depresivos o de ansiedad que están plenamente justificados y no se convierten en una patología.
El procesamiento de la información, su “digestión” como decimos coloquialmente, logra que los síntomas desaparezcan, “dejar las cosas al tiempo”… decimos con naturalidad y esto normalmente resuelve los conflictos reconectándonos a nuestra rutina diaria. Cuando no ocurre así, lo conveniente es recurrir a un profesional de la terapia para obtener ayuda.
¿Cómo reconocer que necesitamos este tipo de auxilio? Casi siempre la primera reacción que nos viene a la mente cuando nos invitan a ir a un psicólogo es decir: “No estoy loco” y bueno, ciertamente, no se necesita “estar loco” – estricto sensu – para visitarnos, tal vez lo que si se requiera realmente sea tener la humildad necesaria para poder recibir apoyo para el manejo de emociones que no podemos controlar por nosotros mismos, en primer término porque las más de las veces no las reconocemos en su justa dimensión – estamos dentro de ellas – y luego porque pensamos que “nosotros podemos solos” craso error.
Otro argumento muy socorrido es el suponer que los psicólogos sólo somos “justificadores de errores”, porque suponen que al ir a terapia solo encontrarán frases tales como “no te preocupes” “estoy segura de que lo que estás decidiendo es lo mejor” o cosas por el estilo, esto también es un error. Hay muchas técnicas terapéuticas, pero cualquiera que sea respetable lo que menos hace es darle al paciente soluciones para sus problemas, todas en cambio lo que deben procurar es que el mismo paciente genere en su interior las condiciones de lucidez y de comprensión de su propia circunstancia para que surjan de él (ella) las propuestas y las soluciones viables.
Decía en su teoría Carl Rogers: que en una sesión terapéutica hay dos expertos, uno: el terapeuta, que es experto en la técnica y otro: el paciente, que es experto en su vida y en sus circunstancias. Para poder generar una solución a cualquier problema personal, se requiere de la conjunción de estos dos expertos. He ahí la necesidad de acudir a la terapia. Sobre todo tratándose de un asunto que se salió de nuestro control, que literalmente ya no podemos manejar por nosotros mismos. El meollo radica en saber reconocer cuándo podemos y cuándo no. Tal vez la respuesta la encontremos en el análisis de una simple circunstancia: ¿Nuestro estado emocional nos mantiene lúcidos y funcionales en nuestra vida diaria? Si la respuesta a esta pregunta es no, bien sea porque me siento ansioso, nervioso, desesperado o porque estas emociones (o alguna otra) provocan que mi entorno se modifique de una manera negativa, haciéndome cometer errores, tener fricciones, abandonar mis responsabilidades, etc. entonces sabremos que requerimos ayuda. ¡No debemos dudar en solicitarla!
En un mundo que está ansioso de paz, de armonía, de bienestar, atender nuestra salud emocional y nuestro equilibrio espiritual se convierte en una medida imprescindible y urgente.
Que distinta sería nuestra vida si nos acostumbráramos más a estar en calma y armonía que a bregar con los problemas, porque si nosotros estamos en paz, si nosotros estamos bien, será mucho más fácil que podamos hacer que quienes nos rodean se sientan bien. Surge así un círculo virtuoso. Haciendo eco de las palabras del sabio bengalí Rabindranath Tagore podemos afirmar: “si lloras por haber perdido el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas”. …y bueno, todo sea por la tristeza…
“Carpe Diem”

P.D. Muchas gracias a todos los lectores que se han tomado la molestia de compartir conmigo sus dolencias espirituales y sus ilusiones de vida…. Espero haber podido servirles como se merecen. Seguimos atentos de todas sus comunicaciones al correo de costumbre.

*Dehumin: Desarrollo Humano Integral. dehumin@hotmail.com
Blog: http://dehumin.blogspot.com/

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